Por lo común, las plantas y arbustos que crecen en el sotobosque del pinar, como los amagantes y escobones, agradecen la humedad que aportan las nieblas y lluvias, mucho más frecuentes a estas cotas.
Barranco arriba, en las cumbres, cambia la composición florística: la salvia blanca, rosalitos, codesos y alhelíes son ejemplos de especies endémicas perfectamente adaptadas para resistir las heladas o nieves ocasionales del invierno. Ahora, durante la primavera, todas aprovechan para emitir sus flores como cualquier planta.
Un peculiar submundo asociado a los barrancos, son los charcos que se forman en sus cauces. La cuenca de Tejeda es muy grande, y mantiene agua incluso en verano. Ello, permite el desarrollo de comunidades animales y vegetales asociadas al agua dulce: colas de caballo, cañas y eneas que tendrán que recomponer el ambiente una y otra vez, cuando los temporales hacen correr a los barrancos y lo alteran todo: es el ciclo impuesto por la naturaleza.
Un charco es un microcosmos en el que encontramos seres muy especiales. La rana común sea quizás el más característico: de vida anfibia, vive de los insectos que captura al vuelo, aunque en primavera dedican la mayor parte del tiempo a llamar a las hembras.
Las puestas de esta rana pueden alcanzar los diez mil huevos; de ellos, surgen los renacuajos que llevan una tranquila vida vegetariana bajo la superficie del agua; sin embargo, han de permanecer atentos a las larvas de las libélulas, que son formidables depredadoras, y comparten con ellos el medio acuático. Estas larvas tienen un apetito insaciable. Llegado el punto, trepan por la vegetación donde se produce la metamorfosis, abandonan el exhubio y se transforman en libélulas adultas: los más temibles cazadores aéreos que patrullan los charcos.
OPORTUNIDAD DE ÚLTIMA HORA
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