
Hiva Ova, en el grupo sur, fue la primera isla habitada del archipiélago. Está coronada por los montes Temetiu, Feari y Ootua, que rondan los 1.000 metros de altitud. Atuona, la capital de la isla, es un pequeño pueblo emplazado a un extremo de la bahía de Taaoa que cuenta con un muy visitado cementerio.

En Hiva Ova hay tiempo para jugar a ser un poco arqueólogo y explorar los recintos cercanos a las bahías de Nahoe y Hanamenu, que nos muestran los vestigios de una antigua y misteriosa civilización, poco comprendida por el hombre occidental. La frondosidad de los emplazamientos arqueológicos, la fuerza de las esculturas y la inmensidad de los lugares donde se hallan ubicados estimulan al viajero y forman parte de un pasado polinesio –de la cultura autóctona de las islas Marquesas- que poco a poco va saliendo a la luz. La más meridional de las islas es Fatu Hiva, que muestra una exuberante vegetación tropical entre sus vertiginosos precipicios de basalto, surgidos directamente del mar. Las calles de Omoa o la solemnidad de la bahía de las Vírgenes nos trasladan una vez más a un tiempo diferente, más tranquilo, donde se tiene la impresión de que cualquier cosa puede suceder. Sólo 600 personas habitan esta isla remota, hermosa y solitaria, fiel reflejo de la vida en este confín del mundo.

Y es que en las Marquesas se percibe en el aire, en la gente, incluso en el paisaje y los frutos de la tierra que aquí es fácil vivir y hacer amigos. Las horas pasan relajadamente y hay mil historias que contar, desde las que hacen referencia a los antiguos ídolos de piedra –los famosos tikis que fueron desmembrados y convertidos en eunucos por los colonizadores- hasta las anécdotas que hacen referencia a europeos y navegantes que las han escogido como hogar permanente, un edén alejado del mundo.



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