Estampas hermosas en donde los pinos se aproximan a la orilla y donde las gaviotas del mar vienen a tierra para bañarse son una novedad en islas como las nuestras. El paisaje del parque rural del Nublo ha ganado en diversidad con las obras del hombre.
A diferencia de los parques nacionales, donde normalmente no vive gente, ni se explotan los recursos naturales, en los parques rurales ocurre todo lo contrario.
Precisamente, es la forma en que el hombre se ha asentado en el medio natural, y la manera en que lo usa, uno de los principales valores que, además de plantas y animales se quieren proteger en un parque rural.
Cada pueblo, cada cultura, tiene una forma peculiar de asentarse en el territorio; de ello resulta no sólo un paisaje con señas propias, sino todo un acerbo de conocimientos adquiridos sobre cómo cultivar, cuándo sembrar, qué planta cura cuál dolencia, cómo se hace carbón o qué flor da mejor miel.
Al igual que existen especies animales y vegetales en peligro de extinción, también hay conocimientos y tradiciones, acumulados a lo largo de varios siglos, e irrepetibles fuera de su contexto, que corren peligro de desaparecer si no reciben la atención necesaria.
El desarrollo socioeconómico de la población local es un tema prioritario en un parque rural, pero un desarrollo que se base en los elementos propios del área, sin tener que importar del exterior formas extrañas y ajenas a la cultura canaria. Un desarrollo que respete en todo momento la naturaleza y los valores culturales de la zona.
La tranquilidad, tiempo para jugar, tener vecinos, aire limpio, el silencio, un rato para pasear o la comida sana, todo esto son componentes de algo que se ha dado en llamar calidad de vida. En un parque rural se pueden encontrar cosas así; no se trata sólo de atesorar bienes materiales, más neveras o más coches: aquí la fruta sabe a fruta y huele a fruta.
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